Después de clase siempre pensaba lo mismo, lo buena que está mi profesora madura Laura. Ella es cincuentona y de muy buen ver. Así que el otro día en clase de Química, que es la que ella imparte, pasó lo que en sueños soñaba. Mientras estaba en la pizarra haciendo otra de las cosas que no tengo ni idea, ella me miraba. Sigilosamente yo le correspondía con la vista. Al parecer o bien ella no se daba cuenta, o lo hacía a propósito pero el caso es que dejaba entrever sus piernas.
Piernas voluminosas y potentes como su inteligencia. Lista como ninguna me ponía cachondo, notar mi ignorancia y su sabiduría.
Nunca lo llegué a imaginar lo caliente que pudo llegar a ser. Nuestras miradas en un momento determinado se cruzaron. Y atrás quedaron las fórmulas imposibles de hidrógeno y oxígeno. El que me faltaba a mí cuando ella se acercó.
Se me aproximó con ese vestido negro que la cubría, y que acertaba a notar que tenía todo un cuerpazo debajo.
Cómo serían sus tetas, su culo, sus pezones, ¿sonrosados u oscuros?. Y su coño, cómo sería. No tuve más que descubrirlo poco a poco, en clase, ella y yo. Los dos solos. Y cómo serían sus pies, un fetichismo por los pies de maduras, me trae de cabeza. Esas extremidades que dejan al aire en el momento, menos impensado.
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